A 4.000 metros y en medio del lago navegable más alto del mundo, uno puede imaginarse las vistas que va a encontrarse. Lo que no es tan fácil de imaginar es la calidez de sus gentes, que acogen a los más de cuarentamil turistas que llegan hasta su orilla. ¿Te parecen muchos? Prueba Amantaní. Algo más modesta e infinitamente menos concurrida, no puedes perderte la experiencia de hospedarte en la casa de una familia autóctona, donde estarás como en tu casa... aunque sin agua corriente ni electricidad.
Allí, doblando una esquina cualquiera, puedes toparte de nuevo con la mujer hilandera girando su peonza para cardar el hilo que se transformará en artesanías que muy probablemente se venderá en Puno, ya en tierra firme, famosa por sus artesanías y de donde salen las lanchas hacia que surcan las aguas del Titicaca hacia las alucinantes islas. No te puedes ir sin pisar el suelo flotante de los Uros. Tejidas con totora, estas islas artificiales están habitadas y se encuentran ancladas al suelo para evitar acabar a la deriva y sin rumbo.
¡Zas! Hilo blanco. ¡Zas! Hilo místico. Estamos en Arequipa, vigilada por el volcán Misti, de cuya lava solidificada, de color blanco, se construyeron las casas que hacen que todavía hoy se la conozca como la Ciudad Blanca. Es precisamente la claridad de sus edificaciones la que le dan un aire de algo que parece inocente, pero que esconde un secreto. Como el convento de Santa Catalina, cuyos muros escondía prácticamente otra ciudad, llena de color, donde sus novicias burlaban su clausura invitando a músicos y pintores a pasear por sus patios o a una alegre conversación en los enormes y lujosos aposentos. Las blancas paredes también ocultan tesoros arqueológicos de gran calibre, entre los que, sin duda, destaca la Momia Juanita, también llamada Princesa de Hielo. Las frías temperaturas de las montañas donde Juanita encontró su muerte no sólo congelaron su cuerpo, sino también la profundidad del momento.

Pero para intensidad abisal, la del Cañón del Colca. Sus casi 4.000 metros de altura lo convierten en el más hondo del mundo. Tanto si decides bajar a sus entrañas a pie o en burro (no hay otra opción), como si decides recorrerlo de manera más superficial en automóvil, no puedes perderte la colección de pueblecitos con encanto de la zona y, algo muy difícil de encontrar en otro lugar: los avistamientos de cóndores. Como si de una coreografía ensayada se tratase, las majestuosas aves que fascinaron a los incas extienden sus alas y vuelan en círculos muy cerca del mirador, donde un numeroso de grupo de atónitos turistas, las contemplan cada día.
¡Zas! Seguimos mirando al vacío. ¡Estamos volando! Sólo así se pueden admirar las líneas de Nasca, los geoglifos que surcan el desierto y que todavía hoy siguen dando quebraderos de cabeza a los estudiosos que quieren descubrir su razón de ser. Queda claro que la que está considerada como una de las zonas más secas del mundo, da para mucho. Resguardada en la bahía, la Reserva Nacional de Paracas es un claro ejemplo del insólito paisaje desértico en que la cordillera andina ha convertido al occidente peruano. Su nombre significa "Tormenta de arena". Con ese nombre, uno puede imaginarse el origen de La Catedral, una formación rocosa formada por la erosión en plena costa, de la que hoy, tras el terremoto que asoló Pisco en el 2007, sólo se conservan sus restos. No menos sorprendente es Huacachina, viva imagen de lo que se nos vienen a la mente cuando pensamos en un oasis en medio del desierto.

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